Una segunda oportunidad
“Una segunda oportunidad no significa nada si no se aprende algo de la primera”.
Disponiéndose a vivir una jornada laboral normal, Carlos Castillo, Jaime González y Jorge Gil se dirigían a las instalaciones de Calafia Airlines en el Aeropuerto Internacional de La Paz, BCS. Los tres se desempeñaban como técnicos aeronáuticos y daban servicio a la flota de la compañía, que, en su mayoría, eran Cessna Caravan 208 con motores PT6 y los brasileños Embraer 145.
Carlos tenía a su cargo la gerencia de mantenimiento. A media mañana de aquel martes 19 de junio de 2018 les comunicó a sus compañeros sobre la necesidad de dirigirse a hacer un servicio a un Caravan en la ciudad de Culiacán, Sinaloa. No pudiendo abordar el vuelo comercial de la aerolínea, se arrendó un Cessna 182 de cuatro plazas, en el que viajarían para atender el mantenimiento solicitado.
La aeronave tenía varios meses sin volar y no fue fácil encontrar un piloto disponible para el traslado. No fue sino hasta la tercera opción que dieron con el Cap. Francisco Cabañas, para que los volara a su destino. Realizaron todas las maniobras de seguridad propias para el despegue, los técnicos aeronáuticos y el piloto se disponían a emprender el vuelo un tanto cuanto “pesados” pues además de los cuatro tripulantes, llevaban herramienta para los trabajos que realizarían y el tanque de combustible a tope.
Recién habían despegado, el Cap. Cabañas tuvo inconvenientes con las comunicaciones “Debía traer la bocina a todo el volumen, lo que ocasionaba ruido de estática dificultando la escucha de los mensajes”. Ya se habían perfilado para regresar y se lo comunicaron a la torre, cuando Carlos, quien ocupaba el asiento de copiloto, hizo algunos ajustes al radio logrando una comunicación más clara. El Cap. Cabañas se comunicó con torre y abortó el regreso y retomaron nuevamente su dirección”, recuerda Jorge Gil.
Pasando la presa de la isla Mujer, Carlos avisó que se dormiría un rato, Jaime siguió sus pasos, mientras que Jorge disfrutó del paisaje por algunos minutos más; observó El Sargento y la isla Cerralvo hasta quedarse dormido.
A una altitud de crucero de 8000 pies sobre el Mar de Cortés, la aeronave presentó las primeras fallas. Con el primer jalón del avión Jorge y Carlos despertaron, hubo un segundo y un tercero muy bruscos que sacudieron el avión con el que Jaime despertó asustado… Jorge, quien iba a su lado, bromeó diciéndole que se iban a caer… sin siquiera imaginar lo que en las próximas horas vivirían.
Por su experiencia supieron que la caída seria inminente. Ante la pérdida de potencia del motor no había nada más que hacer durante los siguientes diez minutos. El avión planeaba y perdía altura, el Cap. Cabañas les compartió las acciones que seguirían.
Iniciaron por asegurar todo lo que estuviera suelto en el interior del avión para que, ante el impacto, no se convirtieran en un proyectil que pudiera dañarlos. Les dijo que en el agua observaran la dirección de las burbujas, si las seguían encontrarían una salida segura. Les recordó que no fueran a accionar su chaleco salvavidas hasta que estuvieran seguros de estar fuera del avión. Trataron de comunicarse con torre de La Paz, sin obtener respuesta, a los 5000 pies pudieron comunicarse con torre de Culiacán reportando la emergencia, para luego perder comunicaciones. Todos, con los chalecos salvavidas puestos, acordaron que una vez en el agua cada uno lucharía por su vida, se
tomaron de la mano y se desearon suerte.
El Cap. Cabañas realizó maniobras para conseguir que cayera primero la cola del avión, pero al momento del impacto, el tren de aterrizaje chocó bruscamente contra el agua desprendiéndose ambas ruedas, acto seguido la nariz del avión se fue a pique; debido a que el parabrisas del avión se quebró, en segundos la cabina estaba sumergida totalmente en el agua.
Momentos antes de la caída, Jorge veía cómo se aproximaban a gran velocidad (entre 50-60 nudos) al agua. Cerró los ojos y se agarró con todas sus fuerzas del asiento
donde viajaba Carlos, después del impacto tardó un poco en reaccionar, pero estaba vivo, aunque todo era silencio, logró ver la salida de las burbujas por el frente del avión y sin pensarlo dos veces, se apresuró a salir.
Por su parte, Carlos Arturo nos compartió que por la desesperación no encontraba la manija de la puerta: “Sabía perfectamente dónde se hallaba la manija, al subir, aún en tierra, había asegurado mi puerta y verifique la del piloto; pero en esos momentos por la confusión del golpe no la encontraba. Sentí que la muerte me abrazó, estuve a punto de rendirme, pero seguí buscando con el tacto hasta que la encontré, abrí la puerta, mientras que con la otra mano soltaba el cinturón de seguridad, para inmediatamente nadar hacia la superficie en donde ya estaba Jorge a salvo”, recuerda.
Carlos sangraba y le dijo a Jorge que no podía respirar, este recordó algunos primeros auxilios que aprendió en los cursos recurrentes, lo abrazó y revisó sus extremidades para ver si había algún punto de dolor localizado. Sin ninguna novedad, concluyeron que se había quedado sin aire por el impacto.
Estando aún a la vista una pequeña parte de la cola del avión el capitán Cabañas logró salir, mientras Carlos y Jorge le gritaban a Jaime, quien no había salido cuando el avión se hundió completamente.
Jaime fue el último en salir, ocupaba uno de los asientos de atrás junto a Jorge Gil, y por lo brusco del impacto y la súbita entrada de agua, el cinturón de seguridad se volteó al revés. Con desesperación, solo con sus manos buscó la manera de poder liberarse, hasta que en una de tantas maniobras tuvo éxito; el aire comenzaba a faltarle, no se sentía capaz de salir por sus propias fuerzas hacia la superficie, pero una vez fuera del avión activó su chaleco salvavidas y en el acto pudo emerger.
Una de las maniobras que comentaron antes de caer y sugeridas por el Cap. Cabañas, experto en rescates de la Marina, fue que se amarraran para que el oleaje no los dispersara. Una vez afuera los cuatro estaban inquietos porque cuando mandaron el mensaje a torre no habían alcanzado a escuchar respuesta alguna; dudaban si el mensaje de auxilio había sido recibido por las autoridades en tierra. Sin embargo, se mantenían a flote con los chalecos salvavidas, todos excepto Charly (para los cuates) a quien le tocó un chaleco en mal estado, que se desinfló a los pocos minutos, teniendo que asirse de una de las llantas del avión que aún flotaba cerca de ellos.
Con el hundimiento del avión quedaron sobre la superficie del mar restos, escombros y basura del avión. Las primeras aeronaves en buscarlos vieron los restos y enviaron este primer mensaje: “el avión se había caído y no había sobrevivientes, solo escombros, sin rastros del avión”. Daniel, el hijo más pequeño de Carlos Arturo y piloto privado, recibió este prematuro y alarmante mensaje.
Habían pasado dos horas tras el impacto del avión en el agua. Los náufragos platicaban a ratos, rezaban o simplemente se veían las caras en silencio. Eran cerca de las cuatro y media de la tarde, sabían que pronto anochecería, haciendo más difíciles las labores de rescate.
Jorge vio su gorra flotando a lo lejos y fue por ella, pensando que para algo le podía servir, por lo menos para cubrirse del sol, nunca pensó que le ayudaría a ahuyentar a una gaviota que por un buen rato estuvo molestándolos.
Cuando a lo lejos escucharon el inconfundible ruido del motor de un avión, apenas lograban distinguirlo, pues volaba muy lejos de donde se encontraban. La marea los había arrastrado más de diez kilómetros de la zona del accidente.
Tardaron todavía más de media hora en que un avión volara directo hacia donde estaban y al sobrevolarlos les hizo señales con las alas de que ya los había visto. En ese momento se sintieron aliviados y en poco tiempo eran seis aviones de pistón los que volaban en círculos sobre de ellos, además de un helicóptero y un King Air de la Marina que volaba todavía más alto.
“Es el show aéreo más increíble que he presenciado, cinco aviones volando sincronizados a diferentes alturas; daban señales a un sexto avión Cessna C-182 que, en una maniobra de precisión, en un vuelo a muy baja altura, nos trataba de lanzar una balsa salvavidas”, nos compartió Carlos Arturo.
La mochila cayó a un poco más de 100 metros de donde se encontraban, Jaime, el más joven de todos, se sintió con la fuerza de nadar contra corriente e ir por ella, regresar y para una vez reunidos nuevamente abrirla entre los cuatro. El agotamiento por las más de dos horas que llevaban flotando en el mar, además de que Charly y el capitán Cabañas resultaron golpeados tras el impacto, por lo que complicó un poco la labor de subirse a la balsa, que se volteaba en los primeros intentos; pero nuevamente contrabajo en equipo y la buena coordinación que tenían, se pusieron a salvo sobre la balsa, esperando a que llegaran más refuerzos.
Entre tanto, los aviones les lanzaron botellas de agua, que arrojadas de tales alturas cada una se convertía más en amenaza que en una ayuda. Una vez arriba de la balsa, remaron con las manos para alcanzarlas y poder hidratarse.
Las comunicaciones en ese punto, aproximadamente 70 millas de Culiacán y 70 millas de La Paz eran complejas por lo que además de los aviones que los sobrevolaban, a cierta distancia, había otro más, copiando las comunicaciones a la torre de Culiacán.
Para las siete de la tarde, los rescató una embarcación de la Marina y aunque pasaron otras dos horas más para que llegaran a Navolato, Sinaloa, ya se encontraban fuera de peligro. Una vez en tierra fueron trasladados en ambulancias hacia un hospital en Culiacán. Ingresaron por su propio pie y cada uno fue revisado.
Volando más alto
La mañana del vuelo, llegó al aeropuerto en su moto, otra de las pasiones del Cap. Cabañas. Tras el impacto, el casco de motociclista del Capi quedó flotando en el mar. Lamentablemente, el Cap. Francisco Cabañas se adelantó en el viaje final, concretó su misión en este plano, a tan solo tres meses de esta aventura. Pero vaya para él un merecido reconocimiento a su labor porque siendo la autoridad en vuelo, echó mano de sus amplios conocimientos en rescates marinos, los supo compartir oportunamente y fueron clave para la supervivencia de toda la tripulación. Sea para su familia el más sentido de los pésames. A dos años de su gran aventura cada uno a su manera agradece por la segunda oportunidad de vivir
CARLOS ARTURO CASTILLO VILLASEÑOR
Al no tener noticias certeras sobre la suerte que corrían fueron horas de angustia para la familia de Carlos, pues Daniel, siendo piloto privado, se enteró desde los primeros reportes que indicaban que no había sobrevivientes, para después saber que eran otras las noticias. No tardó en comunicárselo a su madre Sandra y al resto de sus hermanos Eric, Carlos, David y Miguel. Se sintieron agradecidos con la vida porque por horas se había pensado lo peor; pero recuperarlo con vida fue una nueva oportunidad de valorar la vida misma.
Hace un par de semanas, Carlos Arturo nuevamente libró una difícil batalla al contraer covid-19 junto con su hijo Daniel. Pero ya se encuentran ambos fuera de peligro, los malestares quedaron atrás y ahora más que nunca valora el poder respirar libremente por sus pulmones y el poder caminar por su propio pie.
JAIME GONZÁLEZ
En cuanto a la familia de Jaime, la noticia del accidente llegó por su propia voz, ya que en la ambulancia mientras era trasladado de Navolato a Culiacán, le pidió de favor a una militar si le prestaba su teléfono para llamar a sus familiares. Llamó a su esposa Daniela, quien ya estaba alarmada por no tener noticias de él. Las primeras palabras que intercambiaron llevaban cierto tono de reclamo, pronto se convirtieron en negación, pensaba que Jaime bromeaba respecto a que había tenido un accidente en el que casi perdía la vida, “Nunca estuvieron enterados, y como siempre hago bromas, cuando le di la noticia, mi esposa pensaba que era una de tantas que siempre le hago; sin embargo, le expliqué lo ocurrido y le pedí se comunicara con mis padres para que estuvieran enterados de que ya estaba fuera de peligro”, nos comparte.
Sin duda, después de esta experiencia, para Jaime el valor que tiene la vida es mucho mayor, valora cada momento que pasa con sus hijos y desea vivirla al máximo.
JORGE GIL
Cuando iban en la embarcación de la Marina, ya rumbo a tierra firme, Jorge Gil tiene muy presente el momento en cuando los últimos rayos del sol de aquel inolvidable día se disipaban; el mismo instante que una enfermera de la Marina le dijo el refrán, que, de ahí en adelante, volvería a escuchar cientos de veces: “Cuando te toca, aunque te quites y cuando no te toca, aunque te pongas; verdaderamente a ustedes no les tocaba”, recuerda.
Desde entonces, para Jorge cada amanecer es un milagro que agradecer; solo pensar en qué hubiera sido de su familia si las cosas hubiesen sido diferentes, si no se hubieran salvado, lo ha llevado a no fijarse en pequeñeces, a ser más sereno y siempre que le es posible abrazar mucho a su esposa y a sus dos hijos.
Aquella fue la primera experiencia para Jorge volando en un monomotor, y en lo que a él respecta, la última. Para regresar a casa fue necesario volver a atravesar el Mar de Cortés, pero esta vez en un bimotor de la compañía, que él bien conocía y sabía que no los dejaría caer.
La ayuda llegó desde lo alto
A los doce ángeles que a bordo de aeronaves estuvieron custodiando su vida desde los cielos, siendo su intervención pieza fundamental para las labores de rescate. Tuvieron oportunidad de conocerlos al día siguiente cuando fueron a rendir sus declaraciones en la comandancia de Culiacán, agradeciendo personalmente su cooperación y auxilio.
Afortunadamente, los cuatro sobrevivieron primero al impacto, después al posible ahogamiento antes de salir del avión, solo para librar por varias horas a los depredadores con los que cohabitaron las obscuras aguas de mayor profundidad del Mar de Cortés.
Sin duda su misión en este mundo aún no se concretaba y, para ello, la vida les regaló una segunda oportunidad.
Pies de foto:
Los supervivientes justo la mañana después del accidente en el hotel de Culiacán acompañados por Aurora y Mateo; esposa e hijo de Enrique Perillo, pieza clave para su rescate.
En los últimos dos años, en el mes de junio, Charly se reúne con sus ahora hermanos de aventura Jorge Gil y Jaime González para conmemorar su renacer.
Unas semanas después del accidente se reunieron los cuatro para celebrar la vida.
El Mar de Cortés alberga en sus aguas cerca de un tercio de los mamíferos marinos del mundo: focas, lobos marinos, ballenas, delfines, tiburones y mantarrayas, por mencionar algunos. Sus zonas oceánicas han sido declaradas patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
El famoso biólogo marino francés Jaques Cousteau lo llamó “El Acuario del Mundo”.